esta mañana el aikidoka tuvo un despertar convulsionado: soñó que estaba a oscuras, hospitalizado (pero no de gravedad) en un hospital de campaña, en medio de una guerra ignota. de pronto, un hombre alto, con sombrero, entró a la habitación. a pesar de que no se veía su rostro, sino sólo su figura recortada en las sombras, su presencia era perturbadora y amenazante. cuando el hombre estaba a punto de encender la luz, el aikidoka despertó dando un alarido. claro, no se trataba de una imagen de temer, pero ese hombre en las sombras, había logrado inquietar al aikidoka.
sin embargo, fue gracias a esa pesadilla encriptada, que el aikidoka se dio cuenta de que había ignorado el despertador y que estaba atrasado para la práctica.
después de un par de minutos de masticar su decepción, pensando que había perdido una nueva práctica, el aikidoka calculó que si se apuraba, alcanzaba a llegar al dojo a una hora prudente.
y así lo hizo. saltó de la cama, se enfundó en su gi, montó en su automóvil y atravesó raudo (a una velocidad a todas luces imprudente) las heladas calles de la ciudad.
finalmente el aikidoka arribó al dojo sólo algunos minutos después de que el sempai había comenzado el precalentamiento (hacía mucho rato se había esfumado su intención de practicar con el bokken antes de la práctica misma).
pero a pesar de que el atraso no fue determinante en términos de tiempo, sí lo fue en términos de concentración, en el sentido de que al aikidoka le costó muchísimo compenetrarse con la práctica.
aún así, se entregó por entero (como es habitual) en los ejercicios que estuvieron centrados en ikkyo, tanto con el choto, como a manos limpias.
al final de la práctica, el aikidoka se sintió complacido de haber hecho el esfuerzo de llegar (y de haber llegado). en cierta forma y a medida que avanza la mañana, el aprendiz se siente agradecido de esa pesadilla.