octubre 01, 2006

el aikidoka asistió esta semana a la práctica sabatina, la cual, descontado el placer que le produce cada práctica, tuvo esta vez un caracter exploratorio.

pero no en el ámbito de la práctica misma (no para explorar en una técnica, un ejercicio o en un movimiento), sino en un ámbito mucho más doméstico, si se quiere.

la idea del aikidoka era probar la efectividad de la reciente aplicación que había puesto en marcha en uno de sus keikogis.


pero para hablar de eso habría que retroceder un poco en el tiempo y referirse a la compra de su segundo keikogi: un hermoso keikogi de algodón blanco, muy grueso que si no hubiera sido por el largo de las piernas, habría calzado a la perfección en el menudo cuerpo del aikidoka. de hecho el aikidoka tomó una tijera y cortó las piernas y así el keikogi le calzó perfectamente.


pero el aikidoka detectó otro problema: el keikogi incluía cuatro tiritas de algodón que servían para amarrar el keikogi en dos partes estratégicas (al cruzarlo de izquierda a derecha y de derecha a izquierda). estas tiritas tenían como objetivo claro, asegurar que el keikogi se mantuviera bien firme y amarrado durante la práctica. sin embargo el aikidoka consideró tres elementos para tomar un decisión clave: las tiritas amarradas a los costados del keikogi (a la altura del tórax), parecían cintitas decorativas, y al aikidoka le pareció que ese no era el aspecto que debía tener un serio aprendiz. por lo demás, el aikidoka consideró que esos amarres podrían incomodarle al momento de la práctica y por último, se dijo que si su otro keikogi no tenía esas cintas y funcionaba a la perfección, no veía la necesidad de que éste las tuviera. por lo tanto, sencillamente las extirpó.

sería bueno aclarar que todas estas reflexiones y esta drástica decisión el aikidoka las tomó en la privacidad de su taller, antes de probar el keikogi bajo el fragor de la práctica. y por cierto el resultado fue nefasto.

no tanto porque los pantalones del keikogi quedaron un poco cortos (pero no lo suficiente como para llegar a la ridiculez), sino porque efectivamente las cintitas eran fundamentales para mantener al keikogi en su posición correcta durante la práctica. sin estos amarres, con el paso de la práctica el keikogi iba perdiendo su forma y el aikidoka debía estar constantemente arreglándolo y ordenándolo. incluso, en algunas oportunidades, sin darse cuenta llegó a quedar con la parte superior del keikogi completamente abierto, dejando al desnudo la parte frontal de su torso.

así las cosas, y comprendiendo que el corte de esas cintas no había sido una buena decisión (y que el keikogi era demasiado hermoso y de buena calidad como para deshacerse de él), el aikidoka decidió remendar su error. y llevó el traje a una costurera para que le pusiera velcro en las partes donde antes estaban esas cintas.


la práctica del sábado, entonces, tenía como uno de sus principales objetivos (descontado el permanente objetivo de explorar con paciencia y humildad los insondables misterios del aikido), probar la efectividad del arreglo. y con gran regocijo, el aikidoka pudo comprobar que su idea funcionó a las mil maravillas, y que el keikogi se mantuvo en su posición correcta sin moverse un milímetro, transformándose así en una gruesa coraza de algodón blanco que le daba al aikidoka seguridad y el aspecto de un verdadero aprendiz (de paso, debido al calor imperante durante la práctica, el keikogi se transformó también en un pequeño sauna personal para el aikidoka, que debió haber expulsado de su cuerpo al menos un par de litros de sudor).


la práctica en sí misma estuvo centrada una vez más en tainoenka. claro que esta vez la técnica tuvo una variación desde el principio, y esta fue que uke debía tomar la muñeca cruzada de nage y nage, en vez de realizar el movimiento por fuera de uke, debía realizarlo por dentro. una variación que, como es habitual, se veía más sencilla de lo que realmente era.


al igual que en ocasiones anteriores, tainoenka fue mutando, pasando por varias etapas, para terminar con ikkyo en suwari waza.

hacia el final, en un arranque lúdico, sensei ordenó juntarse en parejas para realizarse masajes mutuamente.


parte de estos masajes incluían golpear con los puños suavemente la espalda del compañero, lo mismo con los nudillos. masajear con los pies las pantorrilas, el sacro y los gluteos del compañero, además de usar los talones para masajear suavemente la planta de los pies del compañero. hasta ahí todo bien, pero además el masaje incluía realizar mae ukemis sobre el compañero, de manera de masajear su espalda, con la espalda propia. fue en ese momento que el aikidoka empezó a tener problemas. porque si bien con el tiempo ha conseguido realizar mae ukemis relativamente fluidos, eso dista mucho de utilizarlo para hacer masajes.

el resultado fue que en las dos o tres ocasiones en que lo hizo, el aikidoka estuvo a punto de romperle la espalda a sus compañeros (la cantidad de practicantes en la clase era impar, por lo que el aikidoka debió masajear a dos compañeros sin recibir su masaje a cambio).


a pesar de ello y ofrecidas las correspondientes disculpas a los compañeros afectados por su torpeza, el aikidoka se encuentra en condiciones de afirmar que la práctica sabatina fue sumamente provechosa.